Un cúmulo bien dispuesto de obsesiones
que tratan de aletargar problemas,
tratan.

Y la incesante prisa,
el apremio de ir,
ir,
y no dejar de ir hacia todo lo ambiguo,
lo difuso, pero en apacible distancia.
Más lejos
que cualquier paraíso pensado,
más aún
que el éxtasis del perdón propio,
ir más lejos si cabe
del entendimiento y la comprensión.

Y volver no volviendo.

Un recurrente pálpito que no permuta.

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