El engaño de los libros.

» Los animales que estaban fuera miraban a un cerdo y después a un hombre, a un hombre y después a un cerdo y de nuevo a un cerdo y después a un hombre, y ya no podían saber cuál era cuál.»

Nada más acabar el libro lo cerró despacio, muy despacio. Sin soltarlo, movió su cuello de un lado a otro, estirándose. Desvió su mirada hacia la ventana del salón y contempló la oscuridad de la noche alterada por luces de farolas y viviendas distantes, se mantuvo inmóvil durante unos segundos, pensativo, y  a su vez descansando la vista mirando a un punto lejano. Cuando se movió tan solo lo hizo su cabeza. De nuevo, con un movimiento lento y en completo silencio, posó su mirada en el extremo contrario donde se encontraba la ventana, en una estantería repleta de libros. Y se volvió a parar el tiempo.

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