Miro fijamente a la luz
lo hago
hasta cegarme.
Voluntariamente centro mi mirada en la luz
hasta que he de cerrar los ojos;
busco la ceguera
para así comprobar
cuánto tardo en echar de menos a la vista,
qué cosas son
las primeras dibujadas por mi mente,
fuerzo el pronunciamiento del deseo;
trato de despertar lo vivaz que hay en mí.
Pasa el tiempo.
Y descubro el cobijo que ampara esta extraña ceguera,
en ella nada se dibuja
es este el esbozo del descanso.
En mí sólo está vivo el tiempo.
Pasa el tiempo
y deviene el miedo.
Busco el origen del miedo,
la razón que lo constata;
es la esperanza.
Es la esperanza engendrada por el mismo tiempo.
Volitividad incólume,
prístina brizna de nuestro ser.
Así hijo de la hija del padre
es quien muestra un primer trazo nítido,
tan luminosamente doloroso
como la luz donde busqué mi ceguera.