Tal vez serían las cuatro de la madrugada. No tenía reloj y el móvil lo apagó hará unas cinco horas.
Llevaba años sin reloj, prácticamente una década. Nunca le regalaron uno y nunca tuvo suficiente dinero como para comprarse uno de esos bonitos relojes que todo hombre debe llevar; uno de esos relojes con clase, que le convierte a uno en un hombre con clase. Prefería llevar su muñeca desnuda a portar una imitación, un «quiero y no puedo»; él prefería rendirse a la realidad de saber que su vida no era lo suficientemente buena para llevar un reloj y esa muñeca vacía se lo recordaba cada mañana.